22 de enero de 2009

Raúl Sarmiento - Rep. Argentina


El mejor remedio es el tiempo


"En el lavarropas metí
de sueños un tendal"

"un par de ilusiones introduje en el horno"
(de "Yo sí que no tengo remedio" de M A)


El viejo café frente a la estación del ferrocarril conservaba el estilo, el mostrador y las mesas de cuando lo inauguraron. Las patas de las sillas se quejaban casi tanto como las rodillas de sus clientes habituales. El olor de antaño no se animaba a salir aunque la puerta y las ventanas estuvieran abiertas de par en par. Lugar de hombres, de truco, ginebra y anécdotas.
En él, los parroquianos haciendo gala de su memoria volcaban sobre la mesa historias mil veces contadas, mil veces escuchadas como la primera y después comentadas. Siempre igual, las mismas caras, ninguna voz nueva. El patrón, con el cigarro, ese resto de toscano que parecía estar siempre a medio consumir, dejaba escapar bocanadas de humo que impregnaba el ambiente. Esa nubosidad que abrazando a los clientes los reconocía mientras se acomodaban en las mesas, rodeaba después a la máquina de café. Nadie pedía nada, pero el dueño sabía, uno cortito y cargado, otro con “una gota de leche fría”, el tercero amargo y si venía el turco lo quería con dos sobrecitos de azúcar. Los repartía como si invitara la casa. Cuando se iban no preguntaban cuánto es, siempre pagaban y sobraban una monedas que como por descuido quedaban bajo el borde de un platito.
El dueño, hijo de un inmigrante de principios del siglo XX, había heredado el negocio y cumplido con los mandatos; allí estaba detrás del estaño desde que falleciera el padre. Alto, hombros anchos y pecho henchido, le decían “El Sabio” negando aquello de: “cuanto más se sabe más se duda”. Siempre opinaba sobre todos los temas que se tocaban con conceptos firmes y concluyentes. No dudaba, no aceptaba cuestionamientos, en tal caso al fundamentar golpeaba la servilleta que traía en el antebrazo, sobre el borde de la mesa. Descubría así la manga del saco blanco con botones cromados, que a opinión de algunos se lo había dejado el viejo junto con el boliche.
El boliche, el café … con su techo ennegrecido, paredes que cansadas de escuchar tantas historias habían comenzado a mostrar rajaduras en las esquinas y en una de ellas sostenidas por un clavo, pendían algunas boletas de impuestos no pagados.
Aquella tarde de julio la puerta se cerró detrás de la bufanda de Pedro y las manos arrugadas se acercaron al bigote blanco buscando el aliento que las calentara. Se sentó junto a la ventana. Después llegó Rosendo con las solapas del saco levantadas y una boina cubriendo la calvicie
- ¿y el turco?- y se sentó frente al otro recién llegado.
- Fue a llevar a la mujer al médico.
- ¿Andaba mal no? – dijo señalándose la sien derecha.
- Y… bastante.
Ningún pocillo llegó a la mesa. Esperaban al turco.
Esta vez la espera consumía casi todo el cigarro mientras el ruido del tránsito se colaba por las hendijas.


Cuando por fin llegó, se sentó de cara a la ventana y contó desde el principio, como se contaban siempre todas las historias.
- Hace como un mes comenzó a hacer cosas raras, un día se levantó a las dos de la madrugada para saludar a una amiga por el cumpleaños, pero la amiga cumple en diciembre. Confundió el feriado del 20 de junio con semana santa. Tiene días que llora durante horas y otros se ríe sin motivos, como pasada de vueltas; corta flores del jardín para llevarlas al cementerio porque dice que es el día de los muertos. Ayer no sabía en qué día estamos viviendo, me lo preguntó como diez veces…
- ¿Y el médico qué te dijo?
- Que tiene una psicosis bipolar.
Pedro y Rosendo se miraron sin comprender. El sabio había abandonado el mostrador y escuchaba a espaldas del turco con los brazos en jarra mientras las cenizas amenazaban caer en cualquier momento
– ¿Y eso qué es? Sonó su voz por encima de las tres cabezas.
Un tipo de demencia…¡está loca!
El silencio ahogó las palabras y enturbió las miradas, hasta que el dueño justificó su apodo.
- ¡Joder turco! Que ese mediquillo no sabe nada. Tu mujer se cura con el tiempo. A fin de año se le pasa todo.
Las miradas desconcertadas se volvieron hacia él y los tres al unísono lo increparon
- ¿Qué estás diciendo?
- Que si mi mujer tiene una amiga que mete sueños en el lavarropas e ilusiones en el horno, lo que ha hecho la tuya es meter el almanaque en la licuadora, y el año que viene va a estar como nueva. – sin decir más les dio la espalda y mientras pasaba la servilleta por los ojos humedecidos por la noticia dijo en voz alta – uno cortito y cargado, otro con una gota de leche fría y uno con dos sobres de azúcar.


Raúl Sarmiento


(A modo de presentación)

Mónica, mi curriculum lo tengo armado en un archivo, pero no sé si es
adecuado para tu blogs. Es el que presento cada vez que tengo que
hacer un trámite ( o pedir un crédito), figuran los comprobantes de
pago a la AFIP, el seguro de mala praxis, el número de matrícula
profesional, fotocopias de los diplomas etc., etc., etc. Además puse
que nací en Ramos mejía (Pcia. de Bs. As.) allá por 1948, (qué lo parió
diría Mendieta). Que en 1974 me esposaron, cuatro meses después de
terminar mi carrera. Desde entonces, a diario, me dediqué a preguntarle
a la gente: ¿dónde le duele, tuvo fiebre, le duele la cabeza? o también:
¿eructa, tiene gases, cómo es la caca?
Pero en ningún lado puse que desde adolescente escribía poemas sueltos
e historias cortas, y de vidas cortas porque casi siempre tuvieron un
mismo destino ( el cesto, a la derecha del escritorio), para decirlo de
otra manera "fueron textos no publicados". Desde que integro el taller
literario "Macondo" de Graciela Ocampo en Gral. Rodríguez comencé a
guardarlos.
Tengo una duda: ¿te mando el archivo completo o completo el archivo
cuando vaya a solicitar otro crédito?
Sacame de esta encrucijada. Un beso, Raúl.