1 de febrero de 2011

Mónica Angelino


En la ochava sigilosa del sueño, donde La siempre muda, más pálida que nunca, aguarda dibujando arabescos con la boca torcida. Los truenos del venado rompen la yema impúdica de los apáticos almendros. Comen semillas de sandia y fuman porritos de cilandro. Después, salen, dueños de todos los secretos, a iluminar la noche con hogueras de plegarias obscenas. Se acoplan de espaldas a la luna (porque ella no tolera sus destellos de plata) y eyaculan patos silvestres que le ladran a los gatos y a los murciélagos . Los truenos del venado gustan de flores con pétalos ásperos, tallos suaves y cinturas de torrentes y diademas. Desprecian los fuegos fatuos. Son traviesos: se entretienen sacándole mentiras al dedo pulgar del alba o le hacen pito catalán a las palomas. Adoran hacer bromas pesadas el día de los inocentes. Son raros Los truenos del venado. No soportan los días de frío. No deben mojarse nunca, su sed no es de agua y si se mojan se vuelven corderos depresivos: sin truenos ni sandias, sin destellos de plata ni patos silvestres; sin voces para tallar la furia ni furia para romper, a voces, la yema impúdica de los apáticos almendros.